ENTRE LA TEORÍA Y LA PROFECÍA AUTOCUMPLIDA
Panorama internacional.
No serán pocos
quienes aprovecharán el ataque terrorista en París para exhibir la anchura de
la tensión entre los mundos occidental y musulman pronosticando otra cruzada
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a conmoción terrorista en Francia amenaza convertir
en profecía autocumplida la polémica e intrigante teoría de que el mundo
experimenta un choque de civilizaciones. Esa bandera que elaboró en el libro
con el mismo título Samuel Huntington,
la desplegó en toda su dimensión el gobierno de George W. Bush como uno de los argumentos de pretensión filosófica
para su guerra contra el terrorismo. La propuesta sugiere que tras el derrumbe
del campo comunista, quedó un único coloso en el campo. Que sólo sería confrontado no ya
por un frente ideológico sino cultural porque las contradicciones económicas ya
estarían superadas. Se trataba de la narrativa del fin de la historia
de Francis Fukuyama desde otra
óptica, aunque no tan distante de la original.
Las fallas en esa construcción las
acabó exhibiendo justamente la historia. Pero ahora la barbarie en Francia
puede volver a corporizar esos espectros y quizá con un efecto aún más
pernicioso. El ataque contra una revista desafiante como Charlie Hebdo, la masacre de importantes periodistas y
caricaturistas políticos, muestra entre sus perfiles más graves y
estremecedores el desprecio a valores centrales de Occidente. La libertad de
prensa, básicamente, el derecho a disentir y expresarlo.
No serán pocos quienes aprovecharán
este suceso para exhibir la supuesta anchura de la tensión entre los mundos
occidental y musulmán, pronosticando otra cruzada. Europa es un caldo de
cultivo propicio para esa retórica. Un nacionalismo xenófobo ha rebrotado
contra cualquier ideal cosmopolita de la mano de la crisis económica que no
cesa y amontona desocupados y pobres en las banquinas. Muchos de los
inmigrantes en el Continente han llegado precisamente de países con fe
musulmana y son blanco de quienes sostienen que la madre de las calamidades
sociales actuales es sencillamente su presencia. Ligar su fe con la violencia,
pavimenta el camino hacia la discriminación. Esa es la escalera con la que
suben al poder, o lo intentan, los grupos de ultraderecha.
La cuestión central del grave conflicto
de violencia integrista que se observa en este presente global no radica, por
cierto, en un choque entre dos mundos. Tampoco es la reacción lineal de masas
defraudadas que expresa de este modo su rencor por las miserias que le han
tocado. El escenario es bastante más complejo que esas miradas mínimas.
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En los últimos breves años hay
Estados en el área que se han diluido, como Irak, a partir de la invasión
norteamericana de 2003, o Siria, por la guerra civil que desangra a esa nación
desde marzo de 2011. La razón de esa deriva es que se han cortado las cuerdas
con las cuales el Norte mundial mantuvo por décadas sujeto ese armado asociado
con todo tipo de regímenes despóticos. La perdida del control y de la capacidad
coercitiva de las potencias que se registra desde fines de la década pasada
debido a las mutaciones que produjo aquella crisis global, liberó todo tipo de
fuerzas que ahora están a la vista. Las de las poblaciones que comenzaron a
demandar como nunca antes por un cambio que acabe con las tiranías que las
sojuzgan, como ocurrió en Túnez, Egipto o Libia durante 2011. Y las de las
propias potencias regionales, como Arabia Saudita e Irán, que extendieron la
guerra fría que los enfrenta para neutralizar con dosis cada vez mayores de
jarabe religioso esas demandas populares y asegurar su lugar de predominio en
el tablero en formación.
El ISIS, también llamado Estado
Islámico, es un producto de ese caldo. Se trata de la formación más exitosa
hasta ahora del fundamentalismo ultraislámico, con un desarrollo impactante
desde que apareció a mitad de la década pasada. Controla un tercio de Irak y
otro tanto de Siria, donde creó un Califato con más de seis millones de
habitantes bajo su control. Es algo que no se atrevió a construir la vidriosa y
debilitada red Al Qaeda, a la que adherían al menos dos de los tres terroristas
de París. Esa expansión y victorias militares es vista con orgullo por las
poblaciones más marginales de esos páramos. Pero lo central es que esta banda
es útil a los poderes locales. Funciona como una punta de lanza contra el
teocrático Irán para debilitarlo especialmente después que Teherán comenzó a
coquetear con EE.UU.
El derrumbe del precio del petróleo
no afecta inmediatamente al gigantesco productor saudita, pero sí estruja la
economía debilitada de Irán que produce un millón de barriles diarios, diez
veces menos que su adversario. No es casual que el régimen persa haya condenado
de todas las formas y con la solidaridad de sus propios dibujantes el atentado
en Francia alejándose todo lo posible de este manchón.
El ISIS es, además, un lastre
absoluto para los sectores más progresistas de la órbita árabe que demandan una
salida republicana. La receta de esta organización y de los califatos y
autocracias de esa barriada que la avalan, es represión, sojuzgamiento,
disciplina y silencio. Para eso usan el islam como herramienta de control
social. Teniendo en cuenta a quienes beneficia, resulta arduo considerar a esa
banda como una formación aislada y autárquica.
Los atentados en Europa y el resto
del mundo, convienen a esos intereses. Cuanto mayor sea la presión sobre este
lado del mundo, mayor será la reacción con extremos xenófobos y eso cerrará el
círculo del choque de civilizaciones. En un territorio de enfrentamientos no
crece la política sino el fundamentalismo. La confrontación debilita a los
moderados. De eso se trata. No se equivoca quien prevea que esta virulencia
continuará en ritmos cada vez mayores.
Sean lobos solitarios o parte de
estructuras organizadas, los terroristas de Francia golpearon exactamente donde
esos grupos de poder necesitaban, en un punto de alto valor simbólico para la
libertad con el argumento de vengar blasfemias contra el Profeta. Es posible
coincidir con quienes creen que no deberían publicarse esas caricaturas. Pero
de ningún modo corresponde cuestionar el derecho a ser publicadas. Resulta
razonable que poblaciones sometidas a una guerra crónica, que viven oprimidas o
bajo bombardeos incesantes, tienen una sensibilidad que impide comprender que
una sátira no es una burla. Como sí lo hacen otros pueblos cuya experiencia
vital dista de aquellas calamidades.
El temblor en Francia que se extiende
a todo el mundo, tiene otra dimensión no menos grave. Uno de los hermanos
terroristas Cherif Kouachi era conocido de los servicios de inteligencia desde
hace más de una década. Ese individuo fue arrestado en Francia en 2005 cuando
intentaba viajar a Irak para combatir con Abu Musab al Zarqaui, el creador de
la banda Yama’at al-Tawhid wal-Yihad, antecesora inmediata del ISIS que se
formó un año después.
En 2008 fue condenado por la Justicia
por armar una célula de reclutamiento de jihadistas. La inteligencia francesa
informó a la de Estados Unidos que puso a Cherif y a su hermano Said en la
lista de terroristas peligrosos. El interrogante es enorme. ¿Cómo es posible
que un individuo con ese prontuario, que según las autoridades francesas estaba
bajo vigilancia, haya podido armarse con cohetes RPG y fusiles de asalto, y
atacar un blanco previsible como la revista Charlie Hebdo, que ya había sufrido
un atentado? ¿Y hacerlo a plena luz del día, sin despertar sospechas? La
conclusión amarga es no sólo que esta pesadilla pudo haber sido evitada sino
que no hay escudos porque la inteligencia se distrae espiando a presidentes o
líderes políticos, y los terroristas lo saben.
Copyright Clarín, 2015.
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